miércoles, 21 de mayo de 2008

Serie I, amigos: Iaio

Me estoy olvidando de Iaio como de algo irrecuperable. Se llama Flavio, el apodo es como una salvedad infantil que nos permitimos tener, en grupo, para que de menos vergüenza.
Ahora vive en Córdoba, o eso tengo entendido. No recuerdo la última vez que lo ví, hace casi dos años. Quiero pensar que hubo cervezas de por medio, alguna charla sobre el pasado, y promesas de reencuentro.
No creo todo eso, de hecho, no creo casi nada. Creo que nos vimos por última vez una tarde cualquiera, y que ninguno de los dos sospechaba que se abría una brecha insondable. Se abría el tiempo, y lo sangrabamos como una herida incurable.
Ahora pienso que lo que me une con Iaio son momentos: una fiesta impensada, las charlas en la vereda del Nono, agunas risas en Roma, con su planito y optimismo... Los momentos no perduran (nada perdura, pero se hace más notorio con los momentos).
Me estoy olvidando de Iaio. Sé que es imposible, pero los recuerdos se alejan, se esconden, y es cada vez más difícil recuperarlos. Plagiando a Borges, hay cuadras que ya no vamos a recorrer, cervezas que no vamos a tomar, historias que no vamos a compartir. Iaio se arranca de mí y con él se va una parte de todo lo que me mantuvo vivo durante mi adolescencia.
Me estoy olvidando de Iaio, me estoy olvidando de mí.

jueves, 8 de mayo de 2008

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Tornasolando el flanco a su sinuoso
paso va el tigre suave como un verso
y la ferocidad pule cual terso
topacio el ojo seco y vigoroso.

Y despereza el músculo alevoso
de los ijares, lánguido y perverso
y se recuesta lento en el disperso
otoño de las hojas. El reposo...

El reposo en la selva silenciosa.
La testa chata entre las garras finas
y el ojo fijo, impávido custodio.

Espía mientras bate con nerviosa
cola el haz de las férulas vecinas,
en reprimido acecho... así es mi odio.

Enrique Banchs

miércoles, 7 de mayo de 2008

Serie I, amigos: Augusto

Augusto no va a leer lo que escriba. Este es un punto crucial a la hora de escribir lo que necesito escribir. Augusto no lo va a leer, por negación o por impedimento, y voy a ser totalmente franco. Con Augusto, muchas veces, no nos llevamos bien. Peleamos por nimiedades, cosas tan sin sentido que sabemos, mientras gritamos, que nadie tiene razón, que a nadie le importa si alguien tiene razón.
Con Augusto no tenemos tres ideas en concordancia. Desde la mejor salsa para aderezar un lomo hasta cuál fue el mejor presidente para los kurdos. Nunca tenemos la misma opinión. A veces, inclusive, callamos para no seguir una discusión eterna, una que no empezamos nosotros.
Augusto tiene miedo a muchas cosas. Es un miedo que no entiendo, mira más allá de lo que muchos miramos, pero todavía tiembla ante una sonrisa. Quiere lo que todos queremos, pero se lo figura como una empresa imposible, aunque ya esté ganada. Espera la solución muy pacientemente, pero quizá elige ignorar que lo que necesitamos hay que buscarlo.
Creo que no hay otra persona en este mundo con la que me tengo que esforzar tanto por ser amigo. Creo, también, y sin dudas, que no hay otra persona por la que me esforzaría.
Augusto es lo que es y me hace lo que soy. No el único, y espero que no sea el último.


P.D.: Zolá tenía amigos, hasta que escribió sobre ellos.

Serie I, amigos

La primera serie se va a referir a mis amigos. Es lo único que da sentido a mi vida, y tengo que repetar el hecho de que me salvan más a menudo que, digamos, una perra ruluda.

Esta vez, te lo dedico a vos hermano, amigo...

lunes, 5 de mayo de 2008

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Hoy me sentí la por basura.
No, eso está mal escrito, hoy fui la peor basura. Y mi furia ejecutora será Alecto, y nunca nadie me va a perdonar.