domingo, 20 de diciembre de 2009

Capítulo VII

La luz del sol bajaba con furia sobre las personas tiradas en el pasto. Si hubiesemos venido más temprano, ahora estaría debajo de un árbol. Recordó que era mejor no salir un domingo, porque el domingo sale la gente, y con la gente se forma la multitud. La soledad de la multitud era la peor de todas, con las voces y las caras anónimas y amenazantes, con el ruido y el calor insoportables, y con tanta tristeza. Como si toda la tristeza del domingo anduviera de paseo.
Veía como todos sonreían y se divertían despreocupadamente, y se sintió ajeno a la raza humana y algo enojado. José le dijo, mientras razgaba la guitarra, que no hacía falta que se esforzara por pasarla mal, y que el calor era igual en el Parque y en su departamento. Pero por lo menos en mi departamento estoy solo, y puedo hacer algo más útil que tomar mate en el medio de una muchedumbre.
José le aclaró que encerrarse a pensar en el significado de los sueños no es para nada útil, y supuso que tenía razón. Cualquier persona sabe mejor que yo lo que es útil y lo que es inútil. Por eso todos admiran a quien arregla un enchufe sin ser electricista, y odian al que opina que la vida no merece ser vivida sin ser filósofo. Pensar en esas cosas tampoco tenía un fin preciso.
-Nadie se preocupa por las letras de las canciones -dijo de repente José-. Ahora es lo mismo escribir que querés drogarte o viajar en tren. Creo que antes no era así.
-No, antes no, pero antes en vez de escribir una canción sobre drogarse o viajar en tren, se drogaban, subían a un tren y escribían sobre el destino de una señora de la iglesia.
-Por eso, -continuó José como si no hubiera escuchado la respuesta- decidí que sólo voy a escribir sobre mis sueños. Casi no requiere de esfuerzo, y la gente encuentra muy profundo todo lo referente a lo oculto.
-¿Qué tanto futuro puede haber en eso? Los sueños son como las obsesiones, o mejor, son las obsesiones. Vos tenés dos o tres sueños durante toda tu vida -respondió de manera nerviosa-. Es más, quizá todos tengamos los mismos tres sueños, y los soñamos cada uno pensándolos propios, sufriéndolos como algo único e irrepetible. Cuando soñamos estamos ciegos, y los ciegos deben sentirse únicos en su especie -terminó con un susurro casi inaudible.
-Sí, todos leímos a Sábato -José estaba divertido, casi. Sabía que su amigo odiaba las multitudes y el Parque y los domingos, pero pensaba que era mejor sacarlo a pasear y no dejarlo librado a sus pensamientos. Lo veía como a un niño grande y rencoroso-.Mirá, esta mañana antes de pasar por tu casa escribí esta letra y estoy trabajando en la música. Es de un sueño que tuve anoche.

los pasos vienen atrás
acechando desde ayer
mis errores y mis dudas
que no supe comprender
tres furias vienen detrás
negras violentas y aladas
camino por los senderos
de una infancia olvidada

qué hora triste fue el pasado
que yo no puedo olvidar
no es imposible volver
pero para que intentar
otra vez

el futuro está detrás
escondido y aterrado
sus gritos me ahcen creer
que todo se ha terminado

otra vez
para que intentar

qué hora triste fue el pasado
que yo no puedo olvidar
no es imposible volver
pero para que intentar
otra vez

Reconoció inmediatamente algo de su propio sueño en la canción, pero sabía que si le contaba a José se burlaría de él o le repetiría que pensar demasiado no le hacía bien a nadie. Y tiene razón, toda la razón. Más adelante, cuando le contara a Cristina que tres seres alados lo perseguían, olvidaría que las alas se las había puesto José.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Capítulo XVI

La caminata se le hacía interminable, y no entendía bien el porqué. La ruta era la misma que seguía siempre, por las calles vacías de siempre, a la hora de siempre. Pensó que la frescura de la noche era lo que lo desconcertaba, pero no podía ser. Si en quince minutos puedo sentir el paso de una vida, en treinta quizá sienta la vida de otro. Decidió hacer un rodeo.
Era extraño el sentimiento que producía la ciudad después de la lluvia. Veredas casi vacías (los montañeses le temen al agua), casas como abandonadas y rumores engañosos de pasos apagados. Era probable que lo estuvieran siguiendo. Era más probable aún que lo estuvieran siguiendo tres figuras aladas, muy de cerca, susurrando palabras que surgían del pasado. Todavía no sabía si eran fantasmas.
No, se dijo, los fantasmas están más adelante, al terminar esta vuelta que parece no tener como término un lugar si no una época. El pasado me espera adelante, el presente va quedando detrás, y el futuro no existe. Es curioso cómo los recuerdos varían con el tiempo, cómo lo que antes fue algo hermoso se transforma, a la luz de un nuevo libro o alguna canción, en un rayo sigiloso que nos desangra interminablemente. ¿Cómo pensaba a Cristina antes de leer El Extranjero, o Informe Sobre Ciegos, o El Cartero? No podía precisarlo. Tenía algo de fantasía, de felicidad y de imposible. De memoria engañosa, como las que dejan los sueños y la tristeza. (Creía haberse perdido. El Bombal es más grande de lo que pensé, y Mendoza todavía tiene algo que desconozco).
Ahora ya no. Cristina era una imágen infinita que ocupaba todo lo que él hacía, y que lo atormentaba por lo que todavía no comenzaba a hacer. Sentía remordimientos por todo lo que había pasado, e intentaba cambiarlo con nuevos libros, nuevos escritos, nuevas canciones y nuevas mujeres. Casi nada servía, pero lo intentaba. Todo tiene que pasar y, algún día, pasará el olvido y pasará ella, luego pasaré yo y nada tendrá importancia. Era egoista pensar en eso ahora, una hora antes de verla. Es igualmente egoista pensar en escribir cuando miles de personas mueren de hambre, o intentar ayudar a alguien negandole así la ayuda a cualquier otro de los millones de seres necesitados del mundo. El ser humano es egoista, y vive en un mundo egoista, creado a su imagen y semejanza, frío, oscuro, triste y solitario. (Dobló por una esquina que le resultaba desconocida.)
Como siempre, Cecilia con su no tomés demasiado, cuidate, por favor, que las cosas pasan, y te hace mal, y yo me muero. No sabía por qué aceptaba ir a ese bar otra vez. Todo era inútil, desde el momento en el que entraba estaba otra vez tres años atrás, desaforado, exultante, con el mundo asustado a sus pies, y con Cristina aceptandolo tomara lo que tomara, sufriera lo que sufriera, fuera quien fuera. (Capitán de Fragata Moyano, ahora a la izquierda hasta Arizu. Tanta vuelta para nada).
Sentía que debía estar en otro lugar, que todo lo que estaba haciendo era una traición, a Cecilia, a él, incluso a Cristina, que todavía quería ver a ese ser imposible de años antes. En la esquina de Iberlucea tres chicos lo pararon para pedirle un cigarrillo. No tengo, me tengo que ir. Me esperan. No sabés desde hace cuánto, respondieron.
Entró al bar.

martes, 8 de diciembre de 2009

-

debo pelear cinco guerras
una contra el olvido
una contra el recuerdo
una contra el amor
una contra la soledad
una contra la enfermedad en la que me convertí

debo
pelear
una
guerra
contra vos
que me esperás escondida
detrás de canciones y de libros

Capítulo I

Se despertó con los ojos cerrados. La conciencia le había llegado en medio de un sueño ya conocido. Tres personas lo perseguían en su pueblo natal. Recorría todo como en un recuerdo, pero los gritos de los tres seres, que más tarde creería alados, manchaban todo con tristeza y furia.
No sentía su cuerpo. En el vacío oscuro sólo escuchaba sus pensamientos, que llegaban con la claridad de la mañana. El día en frente suyo era amenazante. Planeó no salir de su departamento en todo el día, aunque quizá afuera todo era hermoso, y pasear por la ciudad iba a ser lo mejor que le podía pasar. Más adelante, pensó, más adelante.
Todavía no quería abrir los ojos. El mundo entra por los ojos y estaba aterrado del mudo. Era posible que todavía no hubiese despertado, y que los tres seres, todavía sin alas, estuvieran observándolo dormir, esperando, como él, que algo sucediese. No hay nada, no hay nadie, intentó tranquilizarse.
Luego recordó a Cecilia. Se había ido, estaba solo. Mejor, quizá pretendía algo de mí esta mañana. No hay nadie y es mejor así. Todos esperan algo, si no hay nadie, nadie espera nada y yo soy nada. ¿Qué habrán querido los tres de mi sueño? Era un día verdaderamente hermoso el de mi sueño, de esos días que sólo existen en el recuerdo o en otras personas.
Deseaba haberse despertado en otro lugar, otro día. Esperaba que fuese un jueves, un sábado, inclusive un martes. Abrió los ojos: era domingo y estaba en Mendoza.