jueves, 10 de diciembre de 2009

Capítulo XVI

La caminata se le hacía interminable, y no entendía bien el porqué. La ruta era la misma que seguía siempre, por las calles vacías de siempre, a la hora de siempre. Pensó que la frescura de la noche era lo que lo desconcertaba, pero no podía ser. Si en quince minutos puedo sentir el paso de una vida, en treinta quizá sienta la vida de otro. Decidió hacer un rodeo.
Era extraño el sentimiento que producía la ciudad después de la lluvia. Veredas casi vacías (los montañeses le temen al agua), casas como abandonadas y rumores engañosos de pasos apagados. Era probable que lo estuvieran siguiendo. Era más probable aún que lo estuvieran siguiendo tres figuras aladas, muy de cerca, susurrando palabras que surgían del pasado. Todavía no sabía si eran fantasmas.
No, se dijo, los fantasmas están más adelante, al terminar esta vuelta que parece no tener como término un lugar si no una época. El pasado me espera adelante, el presente va quedando detrás, y el futuro no existe. Es curioso cómo los recuerdos varían con el tiempo, cómo lo que antes fue algo hermoso se transforma, a la luz de un nuevo libro o alguna canción, en un rayo sigiloso que nos desangra interminablemente. ¿Cómo pensaba a Cristina antes de leer El Extranjero, o Informe Sobre Ciegos, o El Cartero? No podía precisarlo. Tenía algo de fantasía, de felicidad y de imposible. De memoria engañosa, como las que dejan los sueños y la tristeza. (Creía haberse perdido. El Bombal es más grande de lo que pensé, y Mendoza todavía tiene algo que desconozco).
Ahora ya no. Cristina era una imágen infinita que ocupaba todo lo que él hacía, y que lo atormentaba por lo que todavía no comenzaba a hacer. Sentía remordimientos por todo lo que había pasado, e intentaba cambiarlo con nuevos libros, nuevos escritos, nuevas canciones y nuevas mujeres. Casi nada servía, pero lo intentaba. Todo tiene que pasar y, algún día, pasará el olvido y pasará ella, luego pasaré yo y nada tendrá importancia. Era egoista pensar en eso ahora, una hora antes de verla. Es igualmente egoista pensar en escribir cuando miles de personas mueren de hambre, o intentar ayudar a alguien negandole así la ayuda a cualquier otro de los millones de seres necesitados del mundo. El ser humano es egoista, y vive en un mundo egoista, creado a su imagen y semejanza, frío, oscuro, triste y solitario. (Dobló por una esquina que le resultaba desconocida.)
Como siempre, Cecilia con su no tomés demasiado, cuidate, por favor, que las cosas pasan, y te hace mal, y yo me muero. No sabía por qué aceptaba ir a ese bar otra vez. Todo era inútil, desde el momento en el que entraba estaba otra vez tres años atrás, desaforado, exultante, con el mundo asustado a sus pies, y con Cristina aceptandolo tomara lo que tomara, sufriera lo que sufriera, fuera quien fuera. (Capitán de Fragata Moyano, ahora a la izquierda hasta Arizu. Tanta vuelta para nada).
Sentía que debía estar en otro lugar, que todo lo que estaba haciendo era una traición, a Cecilia, a él, incluso a Cristina, que todavía quería ver a ese ser imposible de años antes. En la esquina de Iberlucea tres chicos lo pararon para pedirle un cigarrillo. No tengo, me tengo que ir. Me esperan. No sabés desde hace cuánto, respondieron.
Entró al bar.